miércoles, 7 de octubre de 2009

Hacía muuuuuuuuuuuuucho tiempo que no vivía un día tan absurdo.Intenté ser positiva, lo juro!. SOnrisa maravillosa, mirada atenta, tono de voz en modo "amansar las fieras", pendientes neutrales y gesto modo"eres el centro del universo"...pero....pero....peeeeeeroooooo...cada vez tengo más claro que hay personas a las que no le sirven las palabras normales, simples, sencillas..quizás si a la primera pregunta idiota que hicieron en su vida o razonamiento lento hubiesen sufrido algún tipo de descarga..hoy serían mas útiles o al menos no serían leños en mitad de la nada!( y sí, ya se que suena a L.A)peroooooooo...


Hace bastante leí una obra que hablaba sobre los cambios que había producido la Revolución Industrial, era un libro de esos que nadie quiere xq huele mal y sus tapas no son de géltex!aún así!!!por pertenecer al año en el que nací y por que su título me parecía prometedor, abrí sus páginas y bueno...casi todos los dias que voy a trabajar...de un modo u otro pienso  en esa obra. Y casi siempre consigue sacarme una sonrisa. La sonrisa absurda que surge cuando crees saber algo que los demás desconocen!ya ves!lo dice alguien que se gasta 24 euros en una barra de labios!aunque a mi favor he de decir que ese rojo bien lo merecía. En fín..reflexiones tras nueve horas detrabajo insatisfactorio y frustrante(Italiaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!).

El libro decía algo así como que todo se ha convertido en el escenario de la administración masiva y violencia desenfrenada, un estado de cosas claramente percibido por el hombre corriente. La alienación y la futilidad que caracterizaron las percepciones de unos pocos intelectuales a comienzos de siglo han llegado a dominar, al final de este siglo, la conciencia del hombre común. La mayoría de los trabajos son idiotizantes, las relaciones vacías y transientes, la pista de la política absurda. En el vacío creado por el colapso de los valores tradicionales, tenemos algunas revitalizaciones evangélicas de tipo histérico y un gran retraimiento hacia la evasión que ofrecen las drogas, la televisión y los tranquilizantes. (...) Una época que tiene por norma la depresión es una época oscura y triste.
Hemos sido comprados, hace tiempo que todos nos hemos vendido al sistema y ahora nos identificamos con él. "La gente se reconoce a si misma en sus bienes" decía Marcuse; "se han convertido en lo que poseen;El consumismo es visto paradójicamente como un modo de salida del sistema que lo ha dañado y que secretamente aborrece (el sujeto), es un modo de mantenerse libre de las garras emocionales del sistema". Frase que me deja durante un par de minutos cual pensador de Rodin.
Nos retraemos hacia la fantasía y establecemos un falso sí-mismo (identificado con el cuerpo y sus acciones mecánicas), el cual ejecuta los rituales necesarios para que tengamos éxito en nuestras tareas. Este proceso comienza en algún momento del tercer año de vida, es reforzado en el jardín infantil y en los años de educación básica, sigue adelante hasta la grisácea realidad de la educación media y finalmente se convierte en el destino diario de nuestra vida de trabajo. Todo el mundo, dice Laing - ejecutivos, médicos, camareros, o lo que sea - representa roles, manipula, para evitar a su vez ser manipulado. El objetivo es la protección del sí-mismo, pero dado que el sí mismo está de hecho escindido de cualquier relación significativa, eventualmente se sofoca a medida que los seres humanos se distancian de los eventos de sus propias vidas. El ambiente se torna cada vez más irreal. A medida que este proceso se acelera, el sí-mismo empieza a luchar consigo mismo y a recriminarse acerca de la culpa existencial que ha llegado a sentir, creándose así otra división. Nos atormenta nuestra falsedad, nuestro representar roles, nuestro huir del intento de llegar a ser lo que realmente somos o podríamos ser. A medida que aumenta la culpa, silenciamos las voces disidentes con drogas, alcohol y fútbol - cualquier cosa para evitar encarar la realidad de la situación. Cuando se agota esta auto-mistificación, o el efecto de las pastillas, quedamos aterrorizados por nuestra propia traición y por la vacuidad de nuestros "éxitos" manipulados.




El libro se llama El Reencantamiento del Mundo, M. Berman, Ed. Cuatro Vientos, 1981.

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